El cuidado del cuidador

10/21/20253 min leer

En los últimos años escuchamos cada vez más sobre lo que hay que hacer cuando un niño vive una emoción intensa, tiene una “crisis emocional”, no sabe regular su rabia, tristeza o frustración, y necesita que el adulto lo acoja y le ayude a digerir lo que le está pasando. Y sí, el papel del adulto competente es fundamental.

Sin embargo, hay una parte del proceso que suele quedar en segundo plano: ¿cómo puede el adulto ver, sentir y estar presente para su hijo, si antes no logra hacerlo para sí mismo?

Por qué es necesario mirar también al adulto.

Cuando un niño vive una emoción intensa —por ejemplo, un llanto desesperado o un ataque de rabia— el adulto que sabe “hacerse presencia” realiza, como decía Bion, una función de “purificación” de la emoción: acoge lo que el niño no puede tolerar, lo transforma en algo más digerible y se lo devuelve de forma más comprensible. Esto permite que, con el tiempo, el niño vaya desarrollando su propia capacidad para tolerar y regular las emociones (capacidad que, especialmente entre los 2 y 3 años, todavía no tiene).

El adulto competente:

  • ve las señales emocionales del niño (llanto, agitación, rabia);

  • siente lo que esa emoción despierta también en sí mismo (miedo, prisa, culpa);

  • está presente, estable, sin dejarse arrastrar por la tormenta.

Pero aquí viene la pregunta clave: ¿cómo puede un adulto “competente” ser todo esto si no ha aprendido antes a cuidarse, a escucharse, a darse un espacio para sentir?Vivimos en una sociedad cada vez más rápida y exigente, donde la ansiedad, el agotamiento y el burnout se imponen con fuerza. Y si el adulto está saturado, cansado o emocionalmente desbordado, ¿cómo va a poder sostener a un niño en plena tormenta emocional? La investigación lo confirma: la autorregulación emocional del adulto es un aspecto central para la calidad del vínculo con sus hijos. Un niño puede estar bien si su adulto de referencia está emocional y psicológicamente en equilibrio.

Esto implica varias cosas:

Reconocer las propias emociones: saber “ahora estoy enfadado”, “ahora me siento sobrepasada”, “ahora tengo miedo” permite no reaccionar de forma automática.

  1. Aceptar que ser madre o padre es difícil: educar, trabajar, cuidar, sostener las emociones propias y las ajenas requiere energía. Si no lo reconocemos, terminamos vacíos.

  2. Crear espacios de autocuidado: meditación, respiración consciente, pausas breves, ejercicios de atención plena o autocompasión.

  3. Reducir la velocidad: cuando funcionamos en modo “piloto automático”, respondemos sin elegir. Dar un paso atrás abre espacio a la conciencia.

  4. Tener un espacio para tus propias emociones: no se trata de tragarlas ni de volcarlas sobre los demás, sino de reconocerlas y darles lugar, incluso con ayuda externa si hace falta.

Ejercicios prácticos para adultos en medio del torbellino

  • Respiración consciente (2-3 minutos)

Cada vez que sientas tensión o urgencia, detente unos segundos. Inhala contando hasta 4, retén 1, exhala contando hasta 6. Repite 3-5 veces. Esta breve pausa ayuda a bajar la activación y crear espacio entre el estímulo (el llanto o la rabia del niño) y tu respuesta.

  • Chequeo emocional diario

Al final del día, pregúntate ¿Cómo me sentí hoy como madre/padre? ¿Qué emociones aparecieron? ¿Qué momento fue más difícil? ¿Qué necesidad mía ignoré? Escríbelo en un cuaderno. Desarrollar conciencia emocional requiere solo unos minutos diarios. Hacer espacio a la emoción cuando llega. Cuando notes que una emoción fuerte aparece (rabia, culpa, miedo), di internamente: “Aquí está, puedo hacerle espacio”. No actúes enseguida. Respira una vez antes de responder. Esta “pausa consciente” es una herramienta poderosa de la parentalidad consciente: permite elegir, no solo reaccionar.

Qué ocurre en el niño cuando el adulto se cuida. Cuando el adulto se cuida, puede:

  • mantenerse más calmado cuando el niño se desregula;

  • contener la emoción del niño sin desbordarse;

  • ofrecer un modelo real y humano de regulación emocional: “Mira, yo también tengo emociones, las siento y aprendo a manejarlas.”

Las investigaciones confirman que la regulación emocional del adulto está estrechamente relacionada con la del niño.Un adulto agotado o ansioso transmite sin querer un clima emocional difícil, mientras que un adulto presente, aunque no perfecto, ofrece seguridad y calma.

Hoy se pide a las madres y padres “ser distintos de los que tuvieron”, más conscientes, más pacientes, más empáticos. Pero pocas veces se les ofrecen las herramientas necesarias para lograrlo. El verdadero cambio no pasa solo por lo que hacemos con los hijos, sino también por cómo nos acompañamos a nosotros mismos. Solo así podemos estar realmente presentes cuando ellos más nos necesitan. Cuidarte no es un lujo, ni un acto de egoísmo. Es la base sobre la que se construye una relación emocionalmente sana.